La gente no debería vivir de fantasías, de castillos en el aire construidos con palabras.
Es fácil prometer cosas que nunca se cumplirán, ilusionar tiernamente porque accionar es ir más allá, pero eso solo es para la gente que vale la pena, no para los que queremos solo como trofeos.
Nuestros trofeos son esas personas a las que utilizamos y nunca dimos nada, esos corazones que nos encanta mostrar con las manos llenas de sangre aún.
A esos corazones como flores, de esas que no marchitan, que viven después de las tragedias, a los que nos gusta moler para llenarnos de su esencia, aunque los destruyamos con las manos, no pensamos en la sangre, pensamos en nuestro fetiche de tener rojo carmesí entre las manos, rojo ajeno que corra entre los dedos, para alimentar nuestro poder.

Las flores estaban allí sin necesidad de ser regadas, siempre estaban vivas, siempre te daban color sus pétalos, esas flores no necesitaban mayor atención que te acostumbraste a olvidarles, siempre estaban vivas, con su color morado de verano, que te recuerdan que en abril era su tiempo.

Pero esas flores no son bellas como las flores de agosto, flores de ornamento pero que pierden color a la semana, pero preferías esas flores efímeras, no las eternas.

Destruiste mas de lo que imaginas, destruiste entrañas, destruiste sueños cuando las arrancaste del terreno, estaban enraizadas allí donde las plantaste y ves atrás con mirada desafiante. Riéndote de las flores de abril que estuvieron allí para alegrarte la vida. Después de todo esas flores de abril no merecen nada, no eran las orquídeas que querías. No llenaban las expectativas, como para que te esforzaras en cultivarlas en tu patio trasero.

Esas flores moradas tan comunes y sin espiral dorada entre los pétalos, esas flores pisotea, muelelas con tus suelas y déjalas a un lado del camino porque allí pueden ser olvidadas, donde viven los que siempre están muertos, aunque ellas aun mantengan vida.